Vivir aquí donde estamos, en la profunda zanja de la transición…
¿Si los cambios tecnológicos suceden todos los días, entonces ya no hay sorpresa, el giro brusco en las formas de vivir se volvió normalidad?
Cuando éramos chicos, en mi casa en Puriscal no había libros. La economía, balanceada con fragilidad, solo permitía lo imprescindible, aunque hubo tiempos en que estuvo por debajo o por arriba de esa delicada línea. El tema es que por una razón que nunca entendí, y no quiero preguntar, además de la Biblia y un nuevo testamento, también había un diccionario Larousse ilustrado. Durante un tiempo, pasamos muchas noches haciendo el juego de leer. Alguién decía una letra y mi papá buscaba al azar. Ahí leíamos el detalle del tema o la palabra.
Como el diccionario era enciclopédico, no solo fue una tierra fértil de palabras nuevas, asombrosas y sonoras, sino que encontramos fragmentos de historias, geografías, vidas asombrosas. El diccionario fue una ventana al mundo y a la literatura. Para mí después se fue desgranando en muchos libros más, como si fuera un laberinto lleno de ventanas, por las que a veces salí en cuerpo y alma y otras veces solo en alma. Alma ilustrada, informada y llena de emoción.
De ahí vinieron las transiciones y de eso quiero hablar en este envío hoy. De las formas que cambian, de lo que apreciamos y luego parece desaparecer o difuminarse, pero que en realidad está cambiando hacia formas que quizás simplemente debemos aceptar.
Nuevas formas de leer.
Hoy hay tantas formas de leer… sí, nos resistimos a lo electrónico, a lo digital, con lo cual damos una cierta muestra de edad y capacidad adaptativa, porque no hay nada como el olor del papel, la sensación de ir y venir entre las páginas, las marcas que van quedando, que son como una especie de camino. Me encantan los libros usados porque pienso en eso, alguien dejó recorrido este libro, dobló páginas, lloró o simplemente lo abandonó. Pero hay una historia que se puede inferir o notar directamente tan solo con ojearlo. ¿Cómo hacer eso en un kindle, o en un audiolibro? No sé. Cómo entender lo que sentirá al respecto mi hija de 11 años, lo que va pensar y vivir mi nieta de casi 2. Cómo quedará todo eso cuando se acabe también la nostalgia, pero la experiencia de leer, de viajar, de llenarse de palabras y de vida siga ahí, en las nuevas formas. Porque seguirá ahí, de eso no tengo la menor duda.
Me pregunto, ¿será que en un futuro encenderé un aparato y aparecerá un holograma de García Márquez, de Tony Morrison o de Marguerite Yourcenar leyéndome al oído?. ¡Sé que hay algunos autores que no quisiera que lo hagan! Buenos para escribir, pero terribles leyendo. ¿Será que aparecerán en una pantalla, como aquellas que están en el futuro improbable que Ray Bradbury pintó en el Hombre Ilustrado?
Pienso en lo que significa vivir aquí donde estamos, en la profunda zanja de la transición. Añorando, con rabia o temor, con el reto permanente de adaptarnos a lo nuevo.
Generaciones.
Brecha generacional, escuchamos esa frase desde siempre, creo. Desde que hay edades y tendencias y condiciones que cambian en las coordenadas de los nacimientos, en las circunstancias. ¿La lucha de las generaciones será el sustituto de la lucha de clases? Lo leí por ahí. En todo caso, lo que quiero reflexionar es que, en medio de ese debate más serio o más liviano, aparecen quiebres en la vida, momentos de inflexión que afectan simultáneamente a las diferentes estructuras de la sociedad, influencian, cambian. La guerra que interrumpe el devenir más nimio, que arrasa con las pequeñas cosas que se habían hecho grandes y de pronto pierden su posición en la vida de los pueblos o de grupos sociales específicos. La competencia de las opiniones se vuelve simplemente irrelevante cuando algo grande y asombroso le pasa por encima. La pandemia, que nos mandó a vivir en centímetros cuadrados, encerrados en nosotros mismos, por ejemplo.
Los cambios en la tecnología, que antes venían espaciados, ahora están a un pestañeo de distancia. Ni siquiera tenemos la capacidad de seguirlo, de saber cuales son y donde están. Antes eramos capaces de señalar algunos, como grandes hitos que hicieron al mundo diferente: la electricidad, el teléfono, las cirugías a corazón abierto. Los aviones un día empezaron a surcar el cielo, literalmente, porque dejaban una larga huella blanca por donde pasaban y la gran sábana celeste parecía rayada con crayones. Después, lo extraño y lo novedoso se volvió rutinario.
Quizás una pregunta hoy sería ¿sí los cambios tecnológicos suceden todos los días, entonces ya no hay sorpresa, el giro brusco en las formas de vivir se volvió normalidad? Yo creo que no. Entre los cambios de modelos, las nuevas velocidades, la capacidad de almacenamiento y los logaritmos predictivos al menos pasa: primero, sofistican formas básicas de hacer las cosas. Es muy raro que se creen nuevas. Cocinamos el mismo tipo de comida con aire caliente, guardamos tipos similares de información en la nube, transmitimos a través del aire, a velocidades alucinantes, las mismas decepciones, amores, alegrías o mentiras. Segundo, dentro de esos cambios en la rutina, aparece siempre algo que lo cambia todo, que patea el tablero y nos hace ver otras esquinas del mundo y la gente, que estaban ahí agazapadas, o viviendo a sus anchas en medio del fragor.
Digamos que lo primero se inscribe en la brecha generacional. La generación emergente se rie de la precedente, porque hay algo que no sabe hacer, por su torpeza frente a cosas consideradas normales en los tiempos nuevos, por la ropa o la forma de hablar, por la forma de tomar el joystick o como sea que llame en el futuro, por la publicación anacrónica en la red social antes glamorosa. Las generaciones que vienen atrás entonces evocan los tiempos idos, lo normal y sencillo, que antes fue novedad y atrevimiento, critican a los más jóvenes, que a la vuelta de pocos años dejará para siempre la vanguardia y se consumirá en las aguas de lo retrógrado o aburrido.
Lo segundo lo atraviesa todo y nos deja con la boca abierta. Puede ser la tecnología o eventos de otro tipo, que noquean la pequeña o la gran humanidad, con todo lo que el término arrastra. Ahí sentimos una tremenda soledad, la sensación de que nuestra importantísima vida y su posición frente a los demás ya no tiene tanto valor, o es distinto, miramos a nuestros costados y encontramos lo principal, lo común: la gente, las trémulas larvas que somos en un universo aplastante de lo magnífico que es.
Entonces, quisiera hablar sobre algunas de esas formas de cambiar que han convocado generaciones y las ponen a caminar juntas. La música de The Beatles o de Juan Gabriel, la vida de Hellen Keller, la pequeña gran historia en las olimpiadas, el evento que cambió la vida de un pueblo, de un barrio, de una ciudad.
Por supuesto, lo que uno puede decir desde su experiencia es limitado y no sistematizable, ¡pero anima! Sí alguien quiere compartir la suya, pues adelante.
Vamo a eso…
Momentos que para mi cambiaron simultáneamente a quienes estuvimos ahí:
El eclipse total de sol, en 1991. Creo que no miré al sol, porque no tenía filtro. Pero recuerdo como todo, pero absolutamente todo, cambió por unos segundos. Aún con toda la carga de información, y la soberbia sabelotodo, el fenómeno nos cruzó, con su carga de explosiones estelares, de antecedentes que desbordaban la capacidad de memoria de cuanto bicho humano ha poblado la tierra. Cruzaron nuestra piel, al margen de la edad y de las formas. El aire y los animales compartieron el asombro, al margen de las especies, de los estados del agua que nos habita. Después, como la más atávica de las artes de magia, todo volvió, y nosotros, asombrados, salimos de la caverna.
Puriscal ganó los juegos nacionales en fútbol: No recuerdo el año, pero ese día todas las mejengas valieron la pena, las birrias, las pichangas, los picaditos. Las carreras cuesta arriba con la lengua afuera, las caídas en la boñiga fresca de las pobres vacas desplazadas, los marcos señalados con un puño de piedras. Un pueblo acostumbrado a la angustia permanente del descenso, a las goleadas y a los pleitos a puñetazos por los goles robados, de pronto tocó la gloria. La salida de la misa de 4 no era más el pretexto para encontrarse con la gente linda inalcanzable, las vueltas al parque se volvieron pasarela, para que los héroes, de toda aquella población que por unos días fue feliz, se pudieran pasear con sus medallas.
La devolución del Canal de Panamá en 1999. Ese día todo el mundo corrió, por las lomas del Edificio de Administración. Nunca ha habido un mejor mediodía, que ese, cuando la herida se cerró, cuando la geografía no tuvo paréntesis, y nunca pero nunca más, un militar extranjero iba a decidir por donde se podía circular en el país que entonces fue de todos y de todas. El concepto de unidad, tan simple pero tan violentamente interrumpido, volvió a ser, bajo la paciente espera de los árboles de mango, en la latitud ininterrumpida del calor.
APARICIONES
Maestra vida camará
Esta obra de Rubén Blades se me fue apareciendo a pedacitos.
Y así comprender tus cosas
Y vi espinas y vi rosas
Vi morir seres queridos
Vi bellezas, fui testigo de maldades y de guerras
Vi lo bueno de la tierra
Y vi el hambre y la miseria
Y entre el drama y la comedia
Avance entre agua y fuego
Maestra vida camara'
Te da y te quita y te quita y te da
Maestra vida camara'
Te da y te quita y te quita y te da
Aquí la canción:
Este cortometraje está lindo.
Cortometraje Musical Maestra Vida de Rubén Blades
El hombre ilustrado de Ray Bradbury
Leí este libro después de las Farenheit y de las Crónicas Marcianas. Fue un punto más alto en el asombro. Es la historia de un hombre que lleva el universo en su piel. Está la narración de La Pradera, o un episodio en Venus, que me dejaron una marca muy profunda. Rrecomendadísimo.
Bueno, me despido con un cafecito en el Caso Viejo de la ciudad de Panamá.
Hasta la próxima